Muchas veces nos obligan a taponar nuestros sentimientos y estados de ánimo. Se trata de no pararse, de seguir. Nos vamos al médico y lo único que se le ocurre, como solución rápida es una receta con unos tristes anxiolíticos que ni siquiera son los reales porque hay que ahorrar con medicamentos genéricos. Nos vamos a casa y aquí no ha pasado nada. Pero sí que pasa. Hay que expulsarlo. No puede quedarse ahí.
Todo se empieza a apelotonar como un disco duro lleno de datos comprimidos hasta que, un día, estalla y ya no funciona nada. No valen ni lo medicamentos reales. A veces me encuentro en esta situación y lloro sin motivo. Como Barry. Hasta que escucho una canción.
No más lexatín ni orfidal..ya no quiero más. Hoy me planto.
Por que no hay motivo para no expulsarlo todo. Al fin de al cabo, no hay emoción barata.
No hay comentarios:
Publicar un comentario