Otra vez en la página. Otra vez. Busco y localizo. Sólo veo rostros y fotos manipuladas para que no pueda reconocer a gente o para que me fije en detalles que ni siquiera quiero saber. Hablo con gente que no conozco de cosas que ni siquiera me importan. Hay que llenar huecos, de eso se trata. ¿Tú no tienes foto?. ¿Llevas mucho tiempo aquí?. ¿Cuando fue tu última relación?. ¿Te gusta dar paseos por el campo?. No, no me gusta hablar de estupideces. Mientras tanto, el interés disminuye. Me desinflo. Mis palabras se van acumulando, atropelladas, en un enorme bloque de cemento. Son grandes cantidades de nada. En eso se van a quedar. No me gusta.
Me llama la atención la imagen de alguien que ha borrado parte de su pasado. Se ha quedado con un pedazo de ese día y esa hora de felicidad. Y ha tirado el resto. Y el resto se ha ido a ese limbo de fotografías que nunca tenían que haber existido, si hubiéramos conocido sólo unos segundos antes, lo que nos iba a pasar.
Como esa foto que ayer se cayó de un libro y que quise tirar a una papelera. Pudo ser, pero nunca fue nada.
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