miércoles, 3 de octubre de 2012

el pequeño salvaje

Las mujeres, los libros y los niños. Esas eran las tres obsesiones de Truffaut y , salvando las distancias claro,creo que son las mías. En mi época de estudiante un profesor alardeaba constantemente de que había compartido piso con él. Nunca me lo creí pero, en el supuesto de que fuera cierto, la genialidad no es una enfermedad contagiosa.

Ayer, mi hijo autista, tuvo la primera experiencia con una actividad extraescolar. Parece ser que el deporte le relaja bastante y le ayuda a integrarse dentro de un grupo. Allí estaba yo, explicándole a una chica bajita con un chandal rosa las particularidades de la mente humana. Es habitual también que, cuando cuento su caso, tenga una especie de bula papal y me concedan privilegios especiales. Al principio me molestaba un poco pero ahora he aprendido a vivir de las desventajas. A lo mejor suena un poco cruel pero me facilita la vida en (escasas) ocasiones. Así que, mientras los demás padres vigilaban a sus niños detrás de una verja de hierro, yo estaba en primera fila, viendo el espectáculo. Eso es lo que más me cuesta, ver las cosas desde tan cerca.  Me he acostumbrado a vivir con su enfermedad (sí, con todas las letras, enfermedad) y mucho de lo que hace me resulta normal. Pero cuando juega con otros niños es cuando la realidad me aplasta. Es incapaz de atender a ciertas instrucciones y, cuando no ve alguna utilidad en lo que hace, se aburre y tira por la calle de en medio.
Pienso en lo que pasó hace unos cinco años. Me quedaba sólo con él y jugábamos en un pasillo enorme. Le explicaba juegos de pelota pero no entendía porqué no los entendía. Incluso me cabreaba con él. Un año después lo descubrimos. Una profesora dio el primer toque de atención y saltaron las alarmas. Y yo me hundí. Le eche la culpa a todo el mundo como el que se revuelve dando patadas al aire. Pero todo eso ya pasó.

Como el profesor Itard y Victor, mi hijo y yo pertenecemos a otro mundo. Ese mundo está detrás de esa verja verde. Somos esos que nadie quiere ser, si les dieran la oportunidad de elegir. Y de los que se habla en las conversaciones de otros. Pero a mi no me importa por que, al fin de al cabo, todas las flores se inclinan al mismo tiempo mirando al sol.

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