Escribir (mal) éste blog me cuesta mucho. No estoy acostumbrado a redactar nada y las cosas que me gusta leer carecen de artificios. Prosa sencilla, directa y sin rodeos. Y de la poesía casi ni hablo. Odio a los literatos como Benedetti, empeñados en utilizar en vano la palabra amor. De verdad que los odio.
La conocí en la página de contactos que todos conocéis y que, los que no tenéis pareja y mucho tiempo libre, habréis visitado más de una vez. Seguro. Nos pusimos a hablar rápidamente. Tengo que confesar que utilicé un truco muy viejo con ella y que suelo utilizar con todas las que me interesan. Es algo patético, lo se, pero en el amor y en la guerra bla, bla, bla. A medida que pasaban los días parecía que algo muy especial estaba pasando. Era algo parecido a lo que te pasa cuando te encuentras con alguien que, sin saber cómo, es capaz de acabar tus frases. O sabe lo que piensas cuando tú estás pensando algo...
Quedamos en vernos un sábado, pero el jueves de esa semana no aguantamos más. Allí estaba en un parque, sentada un banco, mientras su hija pequeña jugaba. Ella habla siempre de sentir un flechazo y del amor loco. Pero yo no sentí eso. Fueron sus ojos los que me guiaron directamente a un espejo en el que me veía reflejado. Y sentí amor, pero del bueno, no el de Benedetti. De ese que se te escapa entre los dedos, o que has visto sólo una vez. Me habló de su vida y de lo mal que lo estaba pasando, porque se sentía culpable de las desgracias de otros. También lloró. Tuve ganas de abrazarla pero no lo hice. Cuando llegué a mi casa, me quedé petrificado porque ella era lo que había perdido. Estaba allí. Pero preferí ser cauteloso y no hacerme muchas ilusiones. Mal hecho.
El sábado salimos a dar una vuelta, como en esas viejas citas. No paré de hablar. Sobre todo porque me temía que todo aquello podía salir mal. Pero no fue así. Ella me dio el primer empujón y luego, rápidamente me lancé. Siempre me pasa igual con la gente que me importa. Dormí con ella toda la noche y por la mañana la acaricié. Los siguientes tres fines de semana fui tan feliz que me daba igual todo. Sentía incluso algo de vergüenza por vivir aquello mientras que todo a nuestro alrededor se caía a pedazos.
Luego llegaron las dudas y se quedaron y decidimos dejarlo por sensatez. La eche muchísimo de menos y un día de esos en los que te toca la lotería, me la encontré en un supermercado. Nos reprochamos cosas y jugué a hacerme el interesante. Lo mejor que tenía que haber hecho es decirle la verdad. Pero tampoco lo hice. A pesar de todo, no me pude resistir y la besé de nuevo. El domingo nos despedimos de forma muy cordial, quería que aquello no se acabará pero, no se porqué, no podía ser. Desde entonces estoy unido a ella a través de un hilo muy finito y un blog en el que dice que es feliz. Creo que está curada. Yo mismo le di el alta.
Ahora paso todo los días con mi coche por su casa y me digo a mi mismo que lo que pasó aquellos días de verano fue amor de verdad.
Claro que lo fue. Claro que sí.
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