martes, 9 de octubre de 2012
ayer, por la tarde, hablé con john titor
Me lo encontré de camino a casa y nos fuimos a tomar un café. Me contó que seguía desplazándose por el tiempo y que, aunque reconocía cosas, su futuro no era igual al nuestro. Estaba preocupado por encontrar la solución para miles de programas informáticos que ya no iban bien, porque los ingenieros del futuro se habían olvidado de muchas cosas esenciales para su funcionamiento. Durmió en mi casa y me contó lo que me iba a pasar. Pero no me creí nada. Por la mañana nos fuimos a una chatarrería en la que trabajé y se emocionó al encontrar una placa base de un viejo pentium III. También se llevó antiguas copias gratuitas del windows 98 y una impresora de tinta sin cartucho. Luego le invité a comer. Dijo que, dentro de unos años, tendríamos un grave problema con la carne y los alimentos y que no se iban a celebrar más olimpiadas. Nunca más. Le acompañé a un descampado y debajo de unos toldos viejos estaba la máquina del tiempo. No era lo que me esperaba. Tenia un aspecto desvencijado y se caía a pedazos. Quizás porque el futuro se parecía más a ese artefacto que a algo pulcro y bello. Se fue. Ahora todo me parece diferente. Puede que mi futuro dependa de una puerta mal cerrada, de un libro no leído o de una mirada que nunca, nunca existió. Igual que ese futuro en el que vive john.
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