Ha llegado la hora de disipar dudas. Se quién soy, eso lo tengo claro ( que ya es más de lo que muchos pueden decir), pero montones de veces he tenido un enorme problema para explicar el porqué de mis nombres. Hoy precisamente voy a aclarar, paso a paso, los motivos de éste desorden. Porque, como todo en la vida, hay siempre una explicación, a veces más complicada de lo que parece.
Nací en París, porque mis padres, como muchos otros en aquellos años tuvieron que emigrar. Cuando me contaban la increíble odisea que vivieron trasladándose de un pueblecito en la cuenca minera a una señora ciudad con todas las letras tengo la misma sensación que cuando era un crío y el patio del colegio me parecía un mundo sin límites. Alguna vez paso por allí y me río...Por eso, lo mensurable (al menos para mi) es algo tan subjetivo.. Pues bien, ya se conocían de antes y fue allí donde se convirtieron en pareja. Ella trabajaba en una fábrica de chocolate y era una de esas operarias que, vestidas con un delantal muy mono, cerraban las cajas de bombones. Sí, muy Amélie, lo se..pero así me lo cuenta ella. Mi padre trabajaba en el barrio latino y se dedicaba a montar muebles. Algún día os contaré la emocionante y loca aventura que vivieron él y un compañero cuando, por culpa de un encargo, fueron a parar a la casa de un sobrino de Braque y, en un estudio del pintor, se encontraron con un Picasso tirado en el suelo y de como se les paso por la cabeza, por un momento, el robarlo. No ocurrió..pero siempre que nos reuníamos en nochebuena, la contaba como si fuera una gran hazaña. Mi madre pronto entabló amistad con su encargada, una señora oronda y que, en las fotos que yo conservo, siempre está de buen humor. Se empeñó en ser mi madrina y de bautizarme con el nombre de Stéphane. El gran problema era que yo, casi desde que era un proyecto, ya tenía otro asignado : David. Así que, a última hora, pegaron los dos de forma chapucera y quedó algo indeterminado que puede pasar por ser un nombre compuesto.
Llegamos a España en el año 1970. Como todos sabéis, durante casi 40 años tuvimos que aguantar al mismo tío que no veía con muy buenos ojos todo aquello que viniera de fuera. Así que, por obra y gracia de un funcionario de la época, pasé de llamarme Stéphane a lo que él creía que era una traducción correcta al castellano: Esteban. Fue por sus cojones, como muchas cosas que pasaban en aquel momento. Actualmente, y con cierta gente (generalmente siempre del trabajo) lo utilizo. Me sirve para no dar explicaciones e integrarme sin llamar mucho la atención. Cuando fui un poco mayor intenté cambiarlo de nuevo, pero meterme en un gran lío burocrático me daba mucha pereza. La gente de mi circulo más intimo me conocía por mi nombre francés así que no era algo que requiriera un cambio urgente.
Ahora viene lo del fabuloso mundo de las redes sociales. Hace tres años, cuando mi vida cambió de repente, decidí ser una persona nueva..al menos de cara al ciberespacio. Tome prestado el nombre de mi padre, Chema, que en aquel momento pasaba por un mal momento. En alguno sitio (no me preguntéis dónde porque no lo recuerdo) leí que ponerte el nombre de una persona a la que quieres es una forma bella de darle fuerza y ánimos, en el caso de que tenga un problema o esté enferma. También le añadí un apellido: Santirso, que es el lugar en el que ahora vivo. Vida nueva y amigos nuevos, aunque hay gente que dice que no valen porque no conozco a la mayoría...que saben ellos.
Por último y para ellas (sí, es lo que os imagináis) soy brianwilson, ese chico que se quita años y del que puedes ver la foto según tenga el día. Los lunes, por ejemplo soy muy parlanchín y los miércoles paso de largo mientras me tomo un gintonic en la barra y tarareo una canción. Al final, siempre pasa lo mismo, me aburro de ver a tanta egoísta que encabeza su perfil con la palabra "quiero"..Ya, y tu que das?. Lo de siempre, me voy a una página de instrumentos musicales y hago cuentas con el (escaso) presupuesto que tengo hasta que se hace tan tarde que, lógicamente, me entra el sueño.
Bueno, pues cada uno de éstos cuatro soy yo. Como Presidente de los Estados de Ánimo que me he proclamado, unos días estoy triste y otros me da vergüenza que me vean radiante. Realmente, todos somos así, aunque no tengáis la enorme suerte de utilizar un nombre distinto para cada ocasión.
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