martes, 25 de septiembre de 2012

se paró el reloj de arena

Mi padre no creía e dios, ni yo tampoco. Pero creía en los recuerdos. Lo mismo me pasa a mi. Nuestra relación no fue nunca perfecta y tuvo altibajos. Vivió muy intensamente y hubo algunas sombras en su vida que, poco a poco,se fueron disipando. Pero creo que él siempre me veía como si yo fuera su espejo.  Heredé parte de su carácter...una dualidad continua de estados de ánimo...unos días era capaz de comerse el mundo y otros (los que menos) le apetecía meterse en la cama y no levantarse. Estaba enfermo y yo lo sabía muy bien. Y llego el cáncer...
Esos dos años fueron muy difíciles pero, aún así, se preocupaba constantemente por todos..y sobre todo por su nieto. Lo viví en primera persona porque me acababa de divorciar y me fui a vivir con ellos. Allí,en aquella casa pasamos meses muy duros... y días todavía peores.
Sus salud se deterioraba y su cabeza era un maremágno de ideas confusas sobre el porqué de la situación por la que pasaba.
Le recuerdo perfectamente un día en el hospital. Ese día me habló de todo y de como tenía una dependencia casi enfermiza de ella. Me dijo que ya estaba bien y que eso no era nada bueno. Que ya no me quería y que, probablemente, no me iba a querer nunca más. Tenía razón. Luego me obligó a marcharme. Estaba cansado y quería dormir.
A los pocos días, nos lo llevamos a casa. Un día del mes de septiembre se paró el reloj de arena. Llamamos a los servicios funerarios y mientras llegaban, una doctora muy jovencita certificó su muerte
"Está muertín, eh..nenina?". Eso le dijo mi madre. Luego,yo mismo, ayudé a meterlo en una bolsa y a bajarlo por las escaleras de madera que él mismo había hecho. Y así se fue. Al día siguiente, en el tanatorio, me di cuenta de lo poco que nos gustan los muertos y de lo rápido que nos gusta deshacernos de ellos...

376 días


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